El artillero de Trafalgar (parte 5)

¡Solo eres un peón en un juego que está más allá de tu comprensión! Eras sólo un recurso para llegar a un fin mayor.

Esta es la última parte de la novela corta que escribí y he querido compartirla con todas las abejas de beBee. Espero que haya sido de vuestro agrado y por lo menos os haya entretenido un poco la lectura. Ya sabéis que no soy escritor, ni me lo propongo, pero a veces hay que dejar que la imaginación fluya. 

El artillero de Trafalgar (Parte 5)

– María, ¿Está Alonso? No te imaginas cómo ha sido la batalla. !Hemos perdido casi toda la flota¡ Hay miles de heridos y muertos que aparecen en las playas. Estamos buscando a Alonso, por si nos puede ayudar a trasladar a los que podamos. La última vez que lo vimos estaba en la taberna, hace unos días, ya sabes cómo es de fanfarrón, se parece a los franceses en eso. En eso y en el mal genio. Ya sabes lo que te quiero decir. – Estaban esperando que María dijera algo.

María, que al principio estaba atemorizada, acababa de recordar lo que había dicho aquel día su marido al entrar en casa. Eso es lo que tenía que decir. Que no sabía nada. ¡Que había salido y no había vuelto! – Pensó.

– Salió a la taberna y cuando llegó, dijo que se iba. No pude detenerle. Me dijo que quería combatir, que conocía a un marinero que lo podía ayudar a entrar en uno de los navíos. Que quería luchar. ¿Nadie sabe nada de él? ¡Hay, Dios mío! ¡Me lo han matado! – Empezó a repetir mientras se tapaba la cara.

– Lo sentimos mucho María. Algo de eso dijo, de colarse en un navío. Ya te he dicho lo cabezota y fanfarrón que es. No me extrañaría que esté descansando en el fondo del mar como muchos otros miles de almas. Rezaré por él si no aparece. ¿Necesitas que te ayudemos en algo?
– No, gracias, Manuel.
– Vayámonos, aquí no hay nada que hacer. Hoy muchas mujeres se han quedado viudas, y me temo que María es una de ellas. – Continuó diciéndole a los soldados que le acompañaban.

- De todas formas – Comenzó a hablar uno de los soldados. Se llamaba José Rodríguez y era el más joven de todos con apenas treinta años. – Hay algo raro en todo esto…

- ¿Algo raro? ¿Qué tiene de raro Pepe? Tú conocías a Alonso desde hace muchos años, ya sabes de qué pie cojeaba. Siempre estaba en la taberna y hablaba más de la cuenta. Conocía a todos los soldados y a la mitad de los suboficiales y oficiales. Le gustaba mucho una batallita. Que Dios lo tenga en su Gloria. – Manuel se santiguó y no hizo más caso al comentario. Continuó andando flanqueado por los dos soldados.

- No sé. Serán cosas mías…

María cerró la puerta, se agachó y acercó su hija a ella.

– Papá murió en la batalla de Trafalgar, ¿vale cariño? Recuérdalo siempre. – Le dijo mientras le acariciaba el pelo a la hija. – Vamos a salir fuera, quiero hablar con el artillero inglés. Debe irse. Es peligroso para los dos. – Esperaron unos minutos y se encaminaron hacia el granero.

En el granero no había nada, ni sangre, ni restos que delataran lo que había pasado horas antes. Las herramientas estaban en su sitio y ya limpias. Miraron fuera, junto a los árboles y no vieron nada que les llamara la atención. ¿Se lo habría llevado a otro sitio? El artillero había desaparecido también. Estuvieron un buen rato dando vueltas y buscando, pero estaban las dos solas. Se dirigieron de nuevo a la casa agarradas de la mano.

– Mamá, ¿Cómo sabías hablar el idioma de ese hombre?
– Porque tu abuela me lo enseñó. Al igual que tú también lo vas a aprender. Es el idioma de nuestras abuelas. Debemos recoger las cosas. Tenemos que irnos de aquí por un tiempo.

Rocío puso una muesca de extrañeza en la cara, pero no dijo nada. Pasaron unos días. Estaban las dos preparando lo indispensable para hacer un viaje y recogiendo las últimas cosas de casa. La tormenta casi había pasado y era el momento para poder viajar.

La mañana era de nuevo fría y con mucho viento. El color plomizo lo cubría todo y producía una sensación lánguida que lo abarcaba todo. De momento no llovía, pero poco duraban las pausas sin agua, aunque ya sin intensidad y las tierras estaban ya saturadas y encharcadas de agua.

¡María, abre la puerta! Vengo solo. - La voz del joven José Rodríguez sonó detrás de la puerta al mismo tiempo la golpeaba. Ambas mujeres, que estaban en la habitación de la parte superior de la casa reconocieron la voz. Era la misma del soldado que había venido anteriormente. La voz del joven José Rodríguez.

- Pase lo que pase, no bajes. – Le dijo María a su hija, que no entendía que es lo que pasaba. ¿Por qué la madre le decía que no bajara? Al fin y al cabo, José era amigo de ellas desde que ella tenía memoria. Incluso tenía vagos recuerdos de haber estado en la casa de José cuando era mucho más pequeña, aunque esos recuerdos eran bastante borrosos.

María se detuvo un segundo en la cocina y abrió la puerta.

José entró y abrazó a María. Fuera amenazaba con llover de nuevo. Todo ha salido mejor de lo que planeamos. Si Alonso no aparece en unos días y no está entre los prisioneros, solo tenemos que esperar a que pase el tiempo de tu luto. Se han hundido casi todos los barcos a causa del temporal los muertos se cuentan por miles. Puede que Alonso no aparezca. Por fin podremos ser una familia.

María se apartó de José y se volvió hacia la cocina. José la siguió detrás.

- ¿Qué ocurre María? No tenemos que hacer nada, los ingleses y el mar nos han dado una oportunidad. Si volviera, que no creo, siempre podemos decir que tuvo un accidente. Ya sabes que siempre estaba borracho. Se podría caer por un acantilado.

- Alonso no va a volver, está muerto, tú no deberías estar aquí y nosotros no podemos seguir juntos. Tú no lo entiendes. – Le reprochó María.

- Si no sabemos nada le daremos por muerto y... – Hizo un alto. - ¿Cómo estás tan segura y por qué no podemos seguir juntos? ¿Qué ha pasado? – José no entendía nada.

- Alonso está muerto porque lo ha matado un soldado inglés que llegó aquí. No ha combatido en ninguna batalla ni está ahogado. Simplemente está muerto.

- ¿Pero eso cuando ha sido? ¿Cómo? – José no daba crédito a las palabras de María.

- Un artillero inglés apareció mal herido. La tormenta lo traería hasta la costa y pudo llegar aquí. Yo le curé las heridas. Alonso lo descubrió y el artillero lo mató. No busques al artillero porque no sabemos nada desde ayer. El cuerpo de Alonso ha desaparecido, imagino que se encargaría de eso también. En cuanto a lo nuestro, no puede ser, nosotras tenemos que irnos. Íbamos a marcharnos hoy mismo.

- ¿Entonces ese hombre se ha ido? ¿Dónde vas a ir? ¿Qué ha sido nuestra relación todos estos años? ¡Rocío es mi hija también, no puedes llevártela! ¡Querías un hijo porque Alonso no era capaz de dártelo, no vas a ir a ningún sitio! No vas a... – María le interrumpió.

- ¡Cállate! ¡Solo eres un peón en un juego que está más allá de tu comprensión! Eras solo un recurso para llegar a un fin mayor. – El tono de María se tornó burlón y José la miraba petrificado. - Alonso era un bocazas, siempre que estaba borracho me contaba todo lo que hablaba con los soldados en la cantina. Me enteraba de todos los movimientos de las tropas, de cuantos soldados había en cada lugar, de cuantos cañones, de todo lo que pasaba alrededor y fuera de aquí. Era una gran fuente de información, al igual que tú. Yo debía tener descendencia y que viviera aquí, sin sospechas de nadie, al igual que lo hizo mi madre conmigo. Ella tuvo que soportar a un suboficial que le puso los cuernos toda su vida hasta que murió de un cañonazo. Qué ironía... He nacido aquí pero mi país es otro, el país con el que estáis en guerra y ha mandado al fondo del mar a todos vuestros barcos. Yo soy la mejor fuente de información y os necesitaba a los dos para ello. Tú no deberías estar aquí ahora.

¿Mandabas la información a los ingleses y nos has utilizado? – Espetó José, lleno de cólera.

- Nunca he querido hacerte daño. ¡Déjanos ir y olvídalo! Será lo mejor para todos. Apártate o tendré que... - María metió la mano debajo de un paño para sacar una pistola que había guardado antes de abrir la puerta. No le dio tiempo de utilizarla.

José había disparado a María en el pecho. María estaba desplomada junto a la pistola con la que había amenazado con iba a matarlo. Minutos después el joven soldado había salido de la casa abandonando allí a Rocío, que lloraba desconsoladamente junto a su madre. José aún llevaba su pistola en la mano. Caminaba vacío, sin alma. Un sonido sonó detrás de él. Un sonido seco.

Fue lo último que escuchó antes de caer muerto al suelo. La bala para el joven soldado que María tenía preparada había cumplido su destino de la mano del artillero inglés. Había estado escondido todo ese tiempo y siempre cercano a la casa de la mujer que le había salvado la vida. Su español no era muy bueno, pero suficiente para entender lo que allí había ocurrido.