TRAS EL CRISTAL

Hace dos días callejeando vi cantidad de negocios que jamás volverán a abrir y los que todavía pueden hacerlo es a duras penas. Ya no se respira la misma alegría. Voy a mi sitio favorito y pido un café, me atienden con premura y una sonrisa, sin embargo la de hoy es una alegría contenida por parte de los empleados por tratar más que de agradar de mimar a quien se deja caer a dejarse unos eurillos. Saben que yo lo sé, ya son años yendo a ese sitio, es por eso que me lloran con la mirada. Son segundos de silencio, como si estuviéramos solos, como si no hubiera más gente. Saben la que está por venir y en esas nos miramos con esa rabia contenida y compungida.

Sigo callejeando y hay gente haciendo cola para entrar en un sitio, son quienes se resisten a aceptar esta “Nueva Atrocidad” se comportan como antes de este hachazo social. Tratan de guardar la ropa y gastan lo que todavía les queda, algunos como si no hubiese un mañana. Parece como si alguien les dijera. ¡Gastad, gastad, malditos! Y ellos “Comamos y bebamos que mañana partiremos”.

Ya casi es medianoche y veo que hay poca luz en las calles. ¿Alguna farola que no luce? No, para nada. Hay pocas farolas que tienen luz. Con lo cual la sensación de esa falta de luz, me crea otra sensación la de la inseguridad, así que acelero el paso, no sin antes reparar en que un bar de los de toda la vida reconvertido en un bar “Topdisain”. Hay gente pero como han tenido que guardar mesas, hasta parece lleno. Pared con pared hay otro bar, precioso muy bonito pero con una luz horrible, nada acogedora. Todas las bombillas son de luz fría y me pregunto que como sería ese bar, como estaría de lleno, si cambiara el color de las mismas. Fuera hay una joven camarera esperando a una clientela que no llega y que no va a llegar. El local está vacío y yo por ello siento angustia, angustia ajena.

Y yo continúo mi camino viendo la vida pasar como el niño que ve los pasteles tras el cristal.