La renta básica y el componente exponencial del progreso tecnológico

Pablo Iglesias ha popularizado en los últimos meses una idea de Thomas Paine (político, escritor, filósofo, intelectual radical y revolucionario estadounidense de origen inglés) que data del siglo XVIII: Proporcionar a todas las personas un mínimo indispensable para subsistir. Doscientos cuarenta años después el debate sobre la renta básica ocupa tertulias televisivas, artículos de opinión en los diarios y bytes en blogs y muros de las redes sociales.

A mi parecer, argumentado el concepto por los teóricos miembros de Podemos, cuyo conocimiento sobre Ciencias Políticas lo considero inversamente proporcional a los de Economía, la renta básica es un simple arma electoral del arsenal populista, cargada de demagogia. Pero más allá de los discursos electorales, hay una realidad incuestionable desde mi punto de vista: en las próximas décadas gran parte del trabajo se perderá (al menos 1 de cada 3 empleos actuales) por causa de la robotización y sobre todo el desarrollo de la inteligencia artificial. En este contexto la renta básica universal puede ser una solución para evitar que la revolución en el empleo se convierta en revolución social: en un mundo en el cual la mitad de la población no tendrá oportunidad de trabajar hemos de garantizar de alguna manera su supervivencia.

Esta semana hemos sabido que varias fábricas chinas han anunciado la sustitución del 90% de su plantilla por robots. Dejan únicamente (de momento) a doscientos trabajadores humanos para desempeñar un papel que llaman “de supervisión” (eufemismo para definir dar “servicio” a esas máquinas). Porque la realidad es que esas máquinas no se limitan a sustituirnos, sino que además hacen el trabajo mejor que nosotros. Y ni de lejos requieren “supervisión”. Un ejemplo lo encontramos en los vehículos autónomos de Google que circulan por Silicon Valley; no se limitan a “conseguir” circular sin ayuda del ser humano, sino que han demostrado conducir infinitamente mejor que nosotros (los únicos accidentes en los que se han visto involucrados han sido provocados por bípedos conductores que no disponen de visión periférica 360º, visión nocturna, reacción en tiempo real o son afectados por conceptos como la distracción o la fatiga). ¿Qué trabajos haremos cuando la tecnología sea capaz de hacer mejor que nosotros la mayoría de trabajos que hacemos hoy en día?

La robotización es un fenómeno que ha cumplido ya cuatro décadas y las fábricas siguen necesitando trabajadores humanos. Cierto. Pero como comentada en un post anterior, el desafío llega ahora de la mano de la inteligencia artificial y la pérdida de empleos cualificados. En 1999 Ray Kurzweil presentó una ley de rendimientos acelerados que alertaba del componente exponencial del progreso tecnológico y de una tecnología capaz de destruir muchos más puestos de trabajo de los que es capaz de generar. Estamos entrando ya en una etapa en la que los efectos del desarrollo tecnológico comenzarán a notarse…de forma exponencial.

En este contexto en el cual la inmensa mayoría del trabajo lo realizará la tecnología (transportar mercancías, ensamblar piezas, cosechar los campos, planificar la producción, estudiar el mercado, fijar precios, conducir autobuses….) tiene lógica pensar en una renta básica que permita a las personas solucionar sus necesidades básicas mientras busca alternativas (se forman para convertirse en emprendedores, se reciclan para realizar trabajos que la tecnología no es eficiente, trabajos que requieren la participación de la imaginación, la creatividad, el talento…). O de lo contrario el grueso de lo que hoy denominamos clase media se convertirá en una masa descontrolada que tenga que elegir entre la pobreza o la revolución.

Este está siendo ya el siglo de la caída de los paradigmas. Hoy en día disgregar la percepción de una renta del trabajo que realiza una persona o del valor que nos resulta difícil de asimilar. Recibir una renta por no hacer nada no entra en nuestra cabeza. Reconocer que el derecho al trabajo es algo absurdo es inasumible para muchos. Pero ¿no es acaso hacía esa realidad a la que vamos?

Los apocalípticos ven un mundo en el que la tecnología acaba con el empleo y miles de personas son condenadas a regresar a la Edad Media. Yo sin embargo veo un mundo en el que las máquinas trabajarán y los seres humanos dispondremos (después de decenas de miles de años) del un recurso hasta ahora prohibitivo: tiempo. Tiempo para pensar, para inventar, para disfrutar con otras personas. Si las máquinas producen todo lo que necesitamos, el resultado dependerá de cómo los resultados sean distribuidos.

Esa es la clave. La tecnología no es el problema (es la solución). El problema es la distribución. Hace poco Stephen Hawking decía que todos pueden disfrutar de una vida de lujos si lo que producen las máquinas es compartido (o más personas pueden terminar miserablemente pobres si los dueños de las máquinas hacen lobby en contra de la redistribución). El problema es que hasta ahora, la tendencia parece inclinarse por la segunda opción, con la tecnología volviéndose cada vesz más ”inequitativa”. Si los “dueños” de las máquinas se posicionan como la burguesía de una nueva era en la cual sus corporaciones no proveerán de puestos de trabajo a las personas “el tan temido Armagedón no vendrá de la mano de los robots (como tantas películas de ciencia ficción nos han querido hacer creer) sino que será generado por el propio ser humano”, asevera Hawking.