Enrique de la Rica

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La pesadilla hispana de Donald Trump

La pesadilla hispana de Donald Trump

Estados Unidos es un país "donde hablamos inglés, no español", sostenía Donal Trump poco después de anunciar su candidatura a la Presidencia del país. Durante las primarias republicanas, el hoy presidente dejó claro que no simpatizaba con los estadounidenses que hablan la lengua de Miguel de Cervantes cuando criticó a su compañero de partido Jeb Bush por utilizar el segundo idioma más hablado en el país durante un mitin. "Debería dar ejemplo hablando inglés en EEUU".

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Así que no me sorprende que nada más jurar como Presidente la página oficial de la Casa Blanca en español haya desaparecido. A lo mejor la están “actualizando ” pero por si caso quiero recordarle algo al Sr. Trump. Mucho antes de que su madre llegara a Norteamérica desde Escocia; incluso mucho antes de que sus abuelos paternos arribaran procedentes de Alemania, en aquel territorio se hablaba castellano (lo que hoy denominamos español). Y se seguirá hablando cuando el Sr. Trump deje de ser Presidente; cuando el Sr. Trump pase a mejor vida; e incluso más allá del día en el que los Estados Unidos de América, tal y como hoy los conocemos, dejen de existir.

Las primeras palabras que se escucharon en Norteamérica en una lengua no indígena fueron una amalgama de improperios y exabruptos pronunciados en 1513 por los hombres de Ponce de León cuando éste les obligó a penetrar en las calurosas y húmedas tierras pantanosas plagadas de mosquitos y alimañas de un territorio que hoy continua denominándose La Florida. Gradualmente los conquistadores españoles ocuparon lo que llegaría a denominarse Territorios Españoles Fronterizos, que incluían La Florida, Luisiana, Texas, Nueva México…. Hasta 1821 (fecha de la independencia de México), durante más de 300 años, aquellas tierras fueron españolas. Desde la declaración de Independencia de los Estados Unidos, el 4 de julio de 1776, solo han pasado 240 años. Cuando a finales de este siglo los estadounidenses cumplan más de 300 años ocupando ese territorio moderaré mis comentarios. Pero mientras tanto seguiré considerando a las tierras de mis antepasados parte de mi patrimonio cultural y emocional.

Desde Florida en el Atlántico hasta California en el Pacífico en esas tierras el idioma que durante más tiempo se ha hablado es el español. Texas, California y Colorado pasaron a ser estados de la Unión en 1845, 1850 y 1876, respectivamente. Una vez se constituyeron como nuevos estados, el inglés comenzó a ser la lengua utilizada en la administración. Antes de ayer, como quien dice. Arizona y Nuevo México, por el contrario, tuvieron que esperar mucho más tiempo, hasta 1912, para que se les admitiera como estados de la Unión. Y muchos historiadores coinciden en indicar como principal motivo el hecho de que la mayoría de la población era hispanohablante (lo cual hacía difícil imponer el inglés como lengua única en la enseñanza y en la administración). Pese al intento de “anglosajonizar” esos territorios a lo largo del siglo XX hemos visto como las “Tierras Fronterizas Españolas” se han “rehispanizado” debido a la inmigración procedente de México y Centroamérica.

Esos territorios han sido más españoles que estadounidenses. Desde que Ponce de León puso sus pies en la península de Florida en 1513 hasta que en 1821 se arrió la última bandera española pasaron 308 años. Y cuando algún estadounidense se mosquea conmigo cuando le hago este comentario rectifico: cierto; los españoles llegaron a Puerto Rico en 1508 y, como hoy es considerado suelo estadounidense, son 313 años (no 308).

Los anglosajones siempre han hecho un gran esfuerzo para minimizar, cuando no eliminar, el protagonismo hispano en la historia del mundo (otro día comentaré la historia del pasaitarra Blas de Lezo que untó el morro de manera soberana a los hijos de la Gran Bretaña y cuyo reconocimiento es inversamente proporcional a la altura de su gesta). Si ha esto le sumamos que a muchos españoles su historia, o les importa un huevo o se hacen los “progres” denostándola, y que hemos estado más volcados en nuestro legado en lo que hoy denominamos Iberoamérica, no es de extrañar que pocos estadounidenses conozcan a personajes que han sido esenciales en la historia de Norteamérica como Pedro Menéndez de Avilés, Cabeza de Vaca, Juan Rodríguez Cabrillo o Bernardo de Gálvez. Pero por mucho que Donald Trump se empeñe en eliminar esos vestigios, las huellas son imborrables: podemos recorrer más de mil kilómetros de San Diego a Santa Rosa sin salir del estado de California visitando todo el santoral y añadiendo localidades bautizadas como Sacramento o Los Ángeles. Y a muchos estadounidenses hay que recordarles la ciudad más antigua de su país es San Agustín y que fue fundada por españoles hace más de 450 años, si bien el primer asentamiento europeo en lo que hoy es Estados Unidos (aunque de efímera vida) fue San Miguel de Guadalupe, fundado en 1526 por el toledano Lucas Vázquez de Ayllón.

Ponce de León comenzó por La Florida. Álvar Cabeza de Vaca emprendió junto a otros tres españoles una dramática odisea de seis años, en los que vagaron por los infinitos y desolados parajes del sur de lo que ahora es Estados Unidos. Convivieron buena parte de ese tiempo con los nativos, que les atribuían poderes milagrosos al curarles de distintas dolencias. Finalmente, Cabeza de Vaca logró alcanzar Nueva España (México) y contar su increíble periplo. Hernando de Soto, en 1539 recorrió miles de kilómetros por lo que en la actualidad son en total diez estados norteamericanos. Los primeros ojos europeos que se maravillaron con el impresionante Cañón del Colorado fueron españoles (los de los hombres del extremeño García López de Cárdenas en 1540). El salmantino Vázquez de Coronado exploró lo que ahora se conoce como Arizona.

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Juan de Oñate, un minero y aventurero nacido en Zacatecas, exploró Nuevo México y fue nombrado adelantado, capitán general y gobernador de aquel territorio. Su expedición incluía mujeres y niños y miles de cabezas de ganado con las que garantizar un futuro a los nuevos colonos. Se adentró en los nuevos territorios por lo que hoy es la población texana de El Paso; se las tuvo con los fieros apaches y fundó la ciudad de San Gabriel extendiendo la presencia española por lo que ahora son los estados de Nuevo México y Texas. Para muchos estadounidenses un cow-boy en su caballo constituye el icono que representa su sentimiento nacional. Simplemente recordarles que fue la expedición de Oñate la que introdujo los caballos en las grandes llanuras norteamericanas y que sin él el género western de Hollywood hubiera sido otra cosa. Oñate abrió el llamado Camino Real de Tierra Adentro, entre Nueva España y Santa Fe (que sustituiría a San Gabriel como capital de Nuevo México). Por esta ruta fluiría durante siglos la cultura española hasta el corazón de los actuales Estados Unidos y mal que le pese a Donald Trump continuará allí presente quizás incluso más allá del ocaso de su país.

Siglos antes de que los anglosajones llegaran a California atraídos por la fiebre del oro los españoles ya habían explorado y colonizado la costa del Pacífico de sur a norte. Francisco de Ulloa, Juan Rodríguez Cabrillo, Lope Martín y Cermeño, Sebastián Vizcaíno, Gaspar de Portolá y por supuesto, el franciscano mallorquín Junípero Serra, fundador de numerosas misiones en aquellas tierras.

Pese a la inmensa extensión de los territorios que encontramos entre Florida y California, los españoles no nos limitamos a ocupar el sur de Norteamérica (como muchos creen). Otro dato que muchos estadounidenses ignoran es que los españoles plantaron su bandera en Alaska (hoy territorio de Estados Unidos), cuando ya habían pasado varios años desde la independencia del nuevo país norteamericano. Si no fuera suficiente con los británicos, franceses y estadounidenses para hostigarnos, las ambiciones rusas sobre la costa norteamericana del Pacífico (territorio español) hicieron que los españoles se decidieran a reafirmarse en la zona. En 1790 un leridano de La Seo d'Urgell llamado Salvador Fidalgo Lopegarcía bautizó dos lugares como Valdés (hoy Valdez) y Córdova. Cerca de ésta última (en lo que es ahora Orca Inlet) Fidalgo al frente de un grupo de voluntarios catalanes izó la bandera de España y tomó posesión de Alaska en nombre de Carlos IV. Los españoles también se establecieron en Nootka (la actual isla canadiense de Vancouver) hasta que los británicos acabaran con nuestra presencia en aquella zona. Como recuerdan los historiadores Fernando Martínez Laínez y Carlos Canales Torres en su obra Banderas lejanas, de todo este esfuerzo de marinos audaces y navegantes ilustrados sólo quedan unos pocos topónimos en español que conservan la memoria de lugares remotos, azotados por vientos de frío glacial que un día fueron reclamados como parte integrante de la soberanía española.

También hay que recordar a muchos estadounidenses que pese a que Francia siempre se ha llevado los laureles como gran aliada de los colonos norteamericanos frente a Gran Bretaña en su Guerra de Independencia, España tuvo un papel clave. El apoyo español nunca fue explícito (entre otros motivos porque temía que el fervor revolucionario y emancipador se contagiase a sus propias colonias en América) pero sí contribuyó con dinero, armas y permitiendo a los insurgentes navegar por el Misisipí y utilizar puertos españoles. Pero el episodio más destacado es, sin duda, la toma de Pensacola por el malagueño Bernardo de Gálvez. España había perdido la Florida en 1763 en favor de Gran Bretaña, pero en Gálvez, gobernador de la Luisiana y nombrado mariscal de campo, se empeñó en recuperar al menos su parte occidental, de la que Pensacola era su principal bastión. Tras barrer a los británicos del Misisipí y de Mobila (hoy Mobile, Alabama), desembarcó en 1781 en la isla de Santa Rosa, a la entrada del puerto de Pensacola donde penetró triunfante tras dos meses de duras batallas, el 9 de mayo de 1781 recuperando Pensacola para España y de paso debilitando notablemente a los británicos (lo que supuso una gran ayuda para la causa de la independencia).

Una vez eliminada la página en español de la Casa Blanca, ¿cuál es el siguiente paso Sr. Trump? Le sugiero cambiar el nombre de algunos de sus estados. California por ejemplo (el origen de este nombre hay que buscarlo en la novela «Las sergas de Esplandián», escrita por Rodríguez de Montalvo y publicada en 1510 donde se hace referencia a un lugar imaginario e idílico llamado California. Al parecer, los descubridores de esta región pensaron que aquellas tierras se parecían mucho al paraíso descrito por Rodríguez de Montalvo). Colorado (que toma el nombre del río bautizado así por los españoles por el color de sus aguas salpicadas por la rojiza tierra roja propia del lugar), Montana (que deriva de la palabra castellana montaña y fue propuesto como nombre del estado por el congresista por Ohio James H. Ashley en 1864), Nevada (que deriva de Sierra Nevada norteamericana, que fue bautizada así en honor a la sierra granadina homónima), Nuevo México, Texas (derivada de la palabra “tejas” adaptación realizada por los españoles de un vocablo en lengua Caddo -que era hablada por una tribu del este de Texas- “taysha”), Utah (que deriva de la pronunciación española de la palabra apache yudah, “alto”, que en castellano se decía «yuta») o el estado donde comenzó la pesadilla del Sr. Trump, Florida (que por cierto, aunque la lógica parezca dictar que se debe a la frondosidad de esta península del norte del Golfo de México, el topónimo hace referencia a la Pascua Florida ya que el territorio recibió este nombre tras ser descubierto el día de Pascua de 1513).


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