El juicio de Paris, o ...¡A quién se le ocurre!....¡No te metas!

¡Si es que los hombres no conocemos a las mujeres! . Para muestra, el siguiente botón mitológico-real como la vida misma. 

Este relato  tiene como protagonista a Paris, el personaje que originó la Guerra de Troya. En la historia reconoceréis muchos nombres que, en algunos casos, no llegamos a situar exactamente y que espero aclararos. 

Paris era hijo de Hécuba y Príamo, reyes de Troya. Antes de que naciera, su madre tuvo un sueño en el que sentía un tizón ardiente en su seno que incendiaba el palacio y toda la ciudad. Ante tan extraño sueño, acudió al oráculo que, para intranquilizarla un poco más, predijo que el hijo que llevaba sería la perdición de Troya. ¡No digas más! o algo similar diría Príamo, su padre, que ordenó a Arquelao, oficial de la guardia que se deshiciera del niño al nacer. Hécuba, su madre, moría de dolor ante tal orden y suplicó al oficial que le dejara vivir. Arquelao, vencido ante las súplicas, dejó al niño en el monte Ida con unos pastores, ¡y ya se sabe!, si es de ida, será de vuelta. 

Cuidáronle tan bien sus padres postizos, que llegó a ser el más diestro, el más bravo y el más bello de los pastores frigios. Un inciso, los pastores frigios son reconocidos por su gorro, ya sabéis,  ese gorro rojo con la punta curvada, tipo capucha, que tomaron como símbolo de libertad los revolucionarios franceses y que aparece en multitud de banderas nacionales, sobre todo de América Latina (para muestra mirad la Argentina), o la republicana Española. Pues bien, todo eso está basado en un error, ya que lo que realmente querían representar era el gorro pileo, parecido al frigio o al fez, que era el que los esclavos en Roma debían llevar cuando se les daba la libertad.

Pero sigamos con la historia que, de seguir así, acabaré en los cerros de Úbeda. Tal fama cogió Paris, que llegó su nombre al Olimpo, donde los dioses iban a celebrar un bodorrio, el de Tetis y Peleo. Iba a ser una celebración a la cual estaban invitados todos los dioses y diosas, salvo Discordia. Los dioses temían que sembrara el desorden, la disidencia y la "idem".  

Como podéis imaginar, a Discordia no le sentó muy bien este desprecio y, pergeñó una venganza. Al final del festín, muy teatrera ella, apareció en forma de nube, muy buen disfraz ahora que estamos en carnavales, y dejó caer una manzana de oro en la que ponía "A la más hermosa".

¡Ya la tenemos liada! . Se presentaron al "concurso de Miss" Juno, Minerva y Venus. Como ya en esos mitológicos tiempos intentar comprar al otro con dádivas se llevaba, (en eso no hemos cambiado ni un ápice), a Paris le tentaron. Juno le ofreció riquezas, Minerva la gloria de las armas, y Venus que le daría la mujer más bella del mundo. Se ve que en la balanza de Paris, lo de la mujer más bella le seducía. Ya se sabe lo de la célebre frase de las carretas............ y ya sabéis que la más bella era Helena, mujer de Menelao que vivían en su palacio de Esparta.

Así que el juicio de Paris le llevó  a nombrar como más bella a Venus. Este veredicto fue aprobado por los dioses, convirtiéndose en inapelable. La venganza de las otras dos diosas, que se sintieron humilladas, fue terrible. No solo perdió a Paris y su familia, sino a toda la nación troyana. ... Pero, esa es otra historia.

Ahora, centrándonos en la pintura de Rubens. Este cuadro fue un encargo personal del rey Felipe IV al propio artista entre 1638-1639. El hermano del rey, el Cardenal -Infante don Fernando de Austria, gobernador de los Países Bajos, fue el encargado de hacer un seguimiento del mismo y, al parecer, no opinaba que fuera muy decorosa tanta desnudez y sensualidad.

En las figuras del cuadro, observamos a las tres diosas, con elementos representativos. Minerva con escudo de guerra a los pies, Venus con Cupido entre sus piernas, así como un amorcillo revoloteando cual abejorro a su alrededor con la guirnalda que la coronará , y Juno con su atributo, el pavo real, símbolo solar. A la izquieda se encuentra Mercurio, mensajero de los dioses, en pie con la manzana, y sentado, meditando, Paris, con su rebaño al fondo.

En tiempos de Carlos III, en el siglo XVIII, este cuadro, el Adán y Eva de Durero y otros más,  estuvieron a un tris de ser destruidos porque al monarca le parecieron excesivamente impúdicos. Al final se salvaron  "encerrándose" en una sala de la Academia de San Fernando. 

Al siglo siguiente es cuando se trasladan al Museo del Prado de Madrid.

Ya veis qué cantidad de avatares y opiniones sumó esta pintura. Como suelo decir, los museos están repletos de historias de lo más atractivas, mucho mejores que las series de televisión. 

Espero que os haya gustado. Un saludo amig@s.