Luis David de la Fuente

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El Caso Xsolla

El Caso Xsolla

La tuitesfera estalló la semana pasada por el despido de 150 desarrolladores de Xsolla por escribir poco en el chat de la empresa... o no. 

El pasado 6 de agosto, Xataka informaba de que la plataforma de pagos Xsolla, especializada en el sector del gaming, había decidido despedir al 33% de su plantilla, que trabaja en remoto, por considerarla «improductiva o poco comprometida con la empresa».

La noticia puntualizaba que para calcular la productividad no habían tenido en cuenta ni su actividad en el IDE (el entorno de trabajo donde se programa) ni en Git (el repositorio donde se gestiona el código) —las dos principales herramientas de cualquier desarrollador— sino otros parámetros, como el número de mensajes que escribían en el chat de la empresa o las páginas de la Intranet que leían.

Y, para comunicarlo, a Aleksandr Agapitov —fundador y CEO de Xsolla— no se le ocurrió nada mejor que mandar un mail a todos los afectados, acusándoles de no estar trabajando cuando deberían estar haciéndolo, informándoles de que en la compañía ya no había sitio para ellos y, por eso, el departamento de Recursos Humanos les ayudaría a conseguir un empleo donde pudieran «ganar más y trabajar aún menos»... adjuntando al final del correo una lista con TODOS los empleados despedidos.

En una entrevista concedida ese mismo día, Agapitov confirmó que entre esos 150 empleados había programadores, pero también especialistas de relaciones públicas, marketing y hasta contables. Eso podría explicar por qué, para obtener una métrica que indicara la supuesta productividad y compromiso de unos y otros, solo usara estadísticas de herramientas de uso común.

También, afirmaba que formalmente aún no se había despedido a nadie. El mail solo les informaba de que no veía futuro para ellos en la compañía, los despediría solo si no se marchaban y por eso se prestaba a ayudarles a encontrar otro trabajo. Parece ser que, después de hablar con sus respectivos responsables, 60 de las 150 personas conservarían su empleo.

A pesar de todas las puntualizaciones, la historia seguía sin tener ni pies ni cabeza. No ya por despedir a 150 personas, sino por el absurdo argumento con el que lo justificaban y —sobre todo— las formas de hacerlo. Pero Aleksandr no parecía alguien que diera puntada sin hilo.

Consiguió llegar a la universidad, pero pronto la dejó para empezar a ganarse la vida vendiendo vaqueros y, en 2005, con 21 años, funda Xsolla. 20 años después, factura 67 millones de dólares —con un crecimiento anual del 75% y un EBITDA del 50%— y, según algunos bancos de inversión como Goldman Sachs o Bank of America, podría alcanzar una valoración de alrededor de 3.000 millones de dólares.

Un logro impresionante para cualquiera, pero más aún para alguien que creció en un pequeño pueblo cerca de Perm —una olvidada ciudad industrial en la región de los Urales— en la Rusia post-soviética, con un padre alcohólico y una madre que hacía turnos extra en una peligrosa fábrica química para sacarle adelante.

Pero, si Agapitov no era tonto de remate, ¿por qué despediría a 150 personas con la empatía de un supervillano y siguiendo un cuestionable sistema de evaluación?

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© Ilustración original de Hugo Tobio, tarugo y dibujolari profesional de Bilbao.

Primera teoría: no quiere mejorar la productividad, sino la cuenta de resultados

El mail de Agapitov no tiene ningún sentido para atraer, cuidar y retener el talento técnico de Xsolla, pero quizás ese no es su principal objetivo.

Posteriormente, explicó que lo que le impulsó a escribir la incendiaria misiva fue que, en 2021, había incrementado sus ventas «solo» un 27% en vez del 40% que tenía como objetivo y, por eso, se había propuesto ahorrarse un 10% del presupuesto. No había mandado el mail a los empleados que no eran productivos o que no estaban comprometidos con la empresa sino a los 147 que menos lo estaban, según su algoritmo. Y fue a 147 —no 146 ni 148— porque la suma total de sus salarios equivalía a ese 10%.

Dentro de esa lógica perversa encaja perfectamente que antes de despedir a sus empleados les sugiriera que se marcharan por sí mismos, para así ahorrarse las indemnizaciones. Según uno de los empleados a los que sí despidió, parece que no está cumpliendo su promesa de pagar 4 o 5 mensualidades como indemnización, sino las tres habituales en Rusia.

Segunda teoría: no achaquemos a la maldad lo que puede explicarse como simple estupidez

Es posible que solo fuera la codicia lo que guiara las acciones del CEO ruso, pero no hay que descartar una razón igual de plausible, la estupidez.

Es importante distinguir la estupidez del error. Cometemos errores por todo tipo de razones. La estupidez, sin embargo, es un error concreto y constante en el tiempo, provocado por la insistencia en aplicar una solución previa a un nuevo problema, aunque no tenga sentido alguno

En la entrevista que concede a meduza.io dos días después de que se filtre su extraño correo, Agapitov justifica su acción en base a la estrategia de excelencia técnica aplicada por tecnológicas como Netflix o Amazon y que lleva a las mismas a despedir cada cierto tiempo a un porcentaje determinado de sus empleados con peores evaluaciones... aunque la «peor» evaluación sean un 8,5 sobre 10.

Afirma que obligar a despedir a un porcentaje de empleados cada año aunque estén trabajando bien le parece demasiado duro, pero despedir a un 10% de la plantilla los años que no crezcan al menos un 40% no solo es una buena estrategia sino que está completamente justificado.

Sin embargo, usar una estrategia solo porque funcionó en otra compañía y sin tener en cuenta las distintas circunstancias es una estupidez. Y, aunque sospecho que Aleksandr es bastante inteligente, es posible que también sea estúpido.

No podemos elegir hacernos más «tontos», pero nuestras acciones sí pueden volvernos estúpidos. De hecho, las personas más brillantes también pueden ser rematadamente estúpidas. Quizás eso explique todo este esperpento.

Epílogo

Como responsables, podemos usar las métricas para ayudarnos a comprobar que todo marcha bien, pero jamás deberíamos caer en el error de creer que las mismas reflejan una verdad absoluta. Tampoco deberíamos olvidar que el simple hecho de medir algo condiciona el comportamiento de las personas monitorizadas. Si elegimos la métrica errónea, podríamos crear «lo más parecido al infierno en la tierra» en nuestra propia empresa.

Sinceramente, me da igual si Aleksandr ha desatado el infierno en su compañía por codicia o estupidez, pero debo reconocer que coincido con él en algo, lo único que parece tener sentido de todo este disparate: un trabajador tiene que poder acceder de forma asíncrona a toda la información y conocimiento generados por su empresa. Y no debería limitarse a consumirla, sino también contribuir a la misma. Incluidos los técnicos.

Sin embargo, en demasiadas ocasiones fallamos en lo más simple y —también— lo más importante: comunicar lo que hacemos y el valor que aportamos. Debemos abrirnos. Si nos encerramos en nosotros mismos, Agapitov podrá ser el villano de esta historía, pero no el único estúpido.


Artículo publicado por David Bonilla en La Bonilista el 15 de agosto de 2021

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