Alberto 🐝 de la Torre

hace 6 años · 4 min. de lectura · ~10 ·

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El artillero de Trafalgar (parte 4)

El artillero de Trafalgar (parte 4)

Siempre hay salida. Una vez el valor sale de lo más profundo de nuestras almas, una vez que perdemos el miedo, nos convertimos en lo que nunca hemos sido. Un camino nuevo. Una nueva vida. Una vez hecha la transformación, una vez nos hemos enfrentado al mal, ya somos heroínas, ya somos el camino a seguir. Somos el ejemplo de una fuerza que puede combatir al tirano y ganar la libertad.


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El artillero de Trafalgar (parte 4)


Cuando Alonso terminó con ella, se acostó y la dejó en paz. Fue a ver a su hija para tranquilizarla y que pudiera dormir.

– Mamá, por qué no nos vamos.
– Cariño, no podemos, esta casa es lo único que tenemos. ¿Dónde iríamos? Papá está enfermo, ya sabes que siempre no es así, que en realidad nos quiere. – Le dijo mientras la arropaba en la cama.
– Pero, ¿Por qué hace esas cosas? ¡Lo odio, tenía que haberse ido a luchar y no volver! – Gritó la pequeña.
– Calla, ¡no grites! Lo vas a despertar – Le puso la mano en la boca para taparla. – No digas nada, no quiero que te pase nada, no quiero que tu... – Rompió a llorar.
– Mamá no llores, no quiero verte triste.
– Es verdad, qué tonta. Vamos a rezar las dos juntas antes de acostarnos ¿vale? No voy a dejar que te hagan daño.

Después de rezar con su hija, fue a lavarse intentando no pensar en lo que podía haber pasado. Al día siguiente se levantó muy temprano, cuando aún no había amanecido y se puso a preparar la comida, esa noche no pudo dormir. Le dolía la cabeza de los tirones, la cara y todo el cuerpo de cintura para abajo. Apenas podía sentarse. Iba a preparar una crema de calabaza a la que agregaría unas patatas y unos boniatos asados que dejaría en la lumbre. No tenía ganas de nada, pero había que hacerlo. Al sentarse para cortar y pelar la calabaza empezó a pensar que esa situación no podía seguir así, tenía que ponerle fin. Se quedó mirando el cuchillo que había cogido de la cocina y se sentó en el taburete. Al sentarse fue ella la que sintió como si le clavaran mil cuchillos. Dejó la calabaza y empezó de nuevo a llorar en silencio. Así se pasó casi toda la mañana.

– Buenos días. – Estaba tan metida en sus pensamientos que no había escuchado a Alonso bajar por la escalera. – ¿Seguimos con lluvia, no? Te has levantado más temprano de lo habitual. Dame un beso – Y se dirigió a ella con una sonrisa.
– Buenos días. – Casi pega un respingo. – Sí. No tenía sueño. – Y se dejó besar sin devolver el beso.
– Como sigue lloviendo, lo mismo me paso por el granero y pongo un poco de orden. Alguien tiene que hacer las cosas en esta casa, ¿no? – No mencionó nada de las lágrimas que había visto en la cara de su mujer. Le daba igual.
– ¿Hoy? Puedes dejarlo para otro día. No es nada urgente y sigue la tormenta. Si quieres puedo acercarme yo y limpiar un poco. – Estaba nerviosa y no quería aparentarlo. No podía dejar que Alonso se acercara al granero.
– También es verdad. Puedes dejar la comida preparada y luego recoger un poco aquello. Yo me he levantado con dolor de cabeza. Lo de ayer estuvo bien ¿no? Sabes que te quiero. – Le dijo mientras le acariciaba el pelo por detrás. En ese momento apareció Rocío, que se quedó quieta al bajar el último escalón.
– Mi pequeña favorita! ¿Qué tal has dormido? – Le pregunto el padre con una sonrisa.
– Bien, papá. – Dijo en voz baja.
– Pues nada, ayuda a tu madre a hacer las cosas de la casa y así podrás seguir haciendo lo que hagas. ¡No sé qué, ni para qué! Lo que tenemos es que buscarte un marido.
– Alonso vete a descansar. ¿Quieres que te lleve algo de comer arriba?
– No estaría mal. Lo mismo luego me paso por la taberna. Así me entero qué ha pasado. Llevo demasiado tiempo aquí metido. – Y empezó a subir las escaleras.
– Rocío, ven aquí, vamos a hacer la comida y al granero a limpiar.

Después de subirle algo de comer a su marido esperaron un rato antes de ir al granero. Allí aguardaba el artillero al que se le veía con muchas más fuerzas y bastante recuperado. Era un hombre fuerte y por lo visto acostumbrado al dolor.

– Tienes que irte. Mi marido quería venir. Voy a darte un poco de comida y agua para el camino, pero no puede verte nadie salir de aquí. ¿Me has entendido, Peter? Ahora escóndete mientras.
– Sí señora. Me iré. No se preocupe. – Peter se metió de nuevo detrás de los montones de paja y sacos al igual que había estado oculto todo ese tiempo.
– Rocío quédate aquí. Voy por algunas cosas a la casa. En seguida vuelvo.

Cinco minutos después de salir María, apareció Alonso en el granero con una bota de vino en la mano.

– !Pero si estás aquí solita¡ Vaya, vaya. Ahora que no está tu madre podemos tener una conversación los dos solos ¿no crees? Te voy a hacer una mujer. – Y se abalanzó sobre ella. – La hija empezó a gritar e intentar que no la desnudara.


Peter salió de donde había estado escondido, cogió una horca que había apoyada en la pared y se dirigió por detrás hacia Alonso. Sin pensarlo dos veces, ensartó a Alonso, que se encontró tres puntas de madera ensangrentadas saliendo de su barriga. Lo habían atravesado de lado a lado. Simplemente, cayó de rodillas al suelo y su cuerpo se derrumbó hacia delante como un saco lleno de patatas. El último suspiro salió de su boca con una hilera de sangre.

El artillero estaba inmóvil. Había matado en su vida a mucha gente y visto morir a compañeros suyos, pero eran soldados. Sabían a lo que se exponían y tenían honor. Habían muerto en batallas por defender su patria, un ideal o porque eso era lo que tocaba, total, que más daba eso. Nunca había conocido a un soldado que se mereciera tanto morir como al hombre que acababa de matar. – Este ya no va a tocar más a una mujer o una niña. – Pensó para sí mismo.

María había entrado corriendo en el granero y se paró en seco en la puerta.

– Debemos enterrarlo para que nadie lo encuentre. – Peter miró a María, que no reaccionaba, solo miraba el cuerpo tendido en el granero. Se había quedado petrificada. – ¡María¡ !María¡ – Repitió con su acento inglés.
– Sí. – Reaccionó. – Tenemos que librarnos de él. Si lo encuentran y descubren que te hemos ayudado nos podrían matar a las dos. – Rocío se había abalanzado sobre la cintura de la madre. – Vamos a enterrarlo junto a los árboles, allí la tierra es más blanda, sobre todo con la lluvia y nunca la levantamos para sembrar.
– Entrad las dos en la casa, yo me encargaré. – Sentenció mientras cogía una pala.

Las dos entraron en la casa y cerraron la puerta. No se asomaron ni miraron por la ventana. María no quería saber ni dónde lo iba a enterrar. Así pasaron las horas, esperando que el artillero diera señales de vida. Hasta que escucharon un sonido fuera y a continuación unos golpes en la puerta. Alguien estaba llamando.

María se acercó a la puerta y le susurró a la hija que estuviera callada. Abrió la puerta y se encontró con un vecino y dos soldados delante de su casa.

(Continuará...)


Si te has perdido El artillero de Trafalgar (parte 3) puedes leerla pinchando en el enlace sin salir de beBee. Si quieres empezar a leer esta novela corta desde el principio pincha en El artillero de Trafalgar (parte 1)
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Comentarios

Alberto 🐝 de la Torre

hace 6 años #4

#4
y si hay más detrás de lo que parece? Y si el perro no es el que tiene la rabia? ;)

Sonia Roselló Puig

hace 6 años #3

Siiii, las 4 partes, yo me engancho rapidito, sobretodo si me gusta #2,

Alberto 🐝 de la Torre

hace 6 años #2

#1
Has leído todas las partes? Me alegro y gracias!

Sonia Roselló Puig

hace 6 años #1

Espero la próxima entrega Alberto \ud83d\udc1d de la Torre

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