Alberto 🐝 de la Torre

hace 6 años · 5 min. de lectura · ~10 ·

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El artillero de Trafalgar (parte 3)

El artillero de Trafalgar (parte 3)

Todos somos seres humanos. Las guerras convierten a veces a los seres humanos, a las personas, en monstruos, sacando lo peor de ellos. Otras en cambio, simplemente son monstruos en sí mismas y no tienen ni rastro de humanidad. No se les puede llamar seres humanos.


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El artillero de Trafalgar (Parte 3)


Nada más entrar María en la cocina, puso agua en el caldero a hervir. La lluvia se había llevado los restos de sangre y barro y estaba mojada. Subió las escaleras y se dirigió a la habitación de su hija, a la que ya había visto en la ventana. Tenía que hablar con ella de inmediato.

– Rocío, cariño, ven. Tenemos que hablar. – Cerró la puerta de la habitación y le hizo un gesto con la mano para que guardara silencio. Le explicó que era un soldado herido y que no era español. Estaba mal herido e iban a ayudarle. Si su padre se enteraba lo mataría, y quién sabe qué les haría a ellas. 

María cogió unas telas viejas y bajaron las dos en silencio a la cocina. Allí la madre le daba órdenes a la hija, para que cogiera aguja e hilo y lo fuera metiendo todo lo que le daba en un pequeño saco de esparto. Era temprano y Alonso no se levantaría aún, pero no podían perder tiempo. Salieron las dos de nuevo y se dirigieron al granero, María con un cubo de agua caliente y bebida, Rocío, con el saco en el que habían metido también algo de comida. El artillero no se había movido. Se acercaron a él con un pequeño candil, para poder ver con la puerta cerrada, y María le explicó que iban a curarle las heridas. – No hagas ruido, aguanta el dolor o no saldremos vivos ninguno de aquí. – Le advirtió al extranjero. Le ofreció un poco de agua fresca y la bebió con ansia.

Poco a poco fueron limpiando y poniendo ungüentos a base de aloe, lavanda, malva, árnica, caléndula, ajo, miel y arcilla en las heridas. Eso ayudaría detener el sangrado, que curaran más rápidamente y ayudarían a evitar infecciones, tanto en las heridas como en las quemaduras que tenía. A heridas más grandes le pusieron pequeños vendajes con trozos de tela, pero quedaba lo peor, sacar el trozo de madera y coser la herida. La pequeña hacía todo lo que la madre le indicaba con entereza y sin soltar una palabra. Ella tampoco entendía cómo la madre sabía hablar en el idioma del soldado, pero no importaba, era lo de menos, si su madre lo hacía, estaba bien. María miró al soldado a los ojos y le preguntó cómo se llamaba.

– Me llamo Peter, señora – Le respondió.
– Vale Peter, ¿Eres marinero? ¿Has estado en la batalla?
– Sí, señora, soy artillero, pertenezco al navío Bellerophon. Al mando del Almirante Collingwood. Mi capitán era Sir John Cook. ¿Dónde estamos? – Preguntó entre tosidos. 
– Intenta no toser. – Recriminó. – Cerca de Barbate. La corriente o la tormenta te traería a esta parte de la costa. Pero, ¿Cómo llegaste aquí? ¿Caíste al agua? ¿Qué ha pasado?
– No lo recuerdo bien, señora. Aquello ha sido una carnicería, Lo último que recuerdo es estar ayudando a un compañero en la cubierta baja, junto a un gran agujero en nuestro casco, y luego una explosión que me lanzó por los aires. Había mucha pólvora derramada de los cartuchos. Desperté en la arena y caminé lo que pude. No recuerdo mucho más.
– Bueno, Peter, te voy a sacar el trozo de madera. ¡No hagas ruido! – Y le puso un pequeño palo en la boca.
– No hace falta, señora. No gritaré. – Y se quitó el palo de la boca.
– Por el bien de todos, ponte el palo. Será mejor así y que no te oiga nadie. 

Después de quitarle el trozo de madera del brazo, volvió a ponerle el torniquete, cosió la herida, le puso los ungüentos y la vendó.

– He traído algo de comida. Descansa y no hagas ruido. En cuanto estés mejor debes irte. Si alguien entrara, escóndete detrás de la paja amontonada. Nadie debe verte aquí, si lo descubre mi marido, te matará. ¿Has entendido? 
– Sí señora, intentaré no causar problemas. En cuanto recobre algo de fuerzas me iré e intentaré llegar a Gibraltar. Gracias por todo. No entiendo porqué lo hace... – No me debes nada. Si un hijo mío o alguien querido hubieran muerto en esa absurda batalla, otro gallo cantaría. Todos somos seres humanos. Las guerras convierten a veces a los seres humanos, a las personas, en monstruos, sacando lo peor de ellos. Otras en cambio, simplemente son monstruos en sí mismas y no tienen ni rastro de humanidad. No se les puede llamar seres humanos.  – Le contestó, parándose antes de abrir la puerta del granero y sin darse la vuelta. Acto seguido se dirigieron madre e hija a la casa. Nada debía hacer sospechar que había un hombre allí ni que nada estaba sucediendo. 

Entrada la tarde apareció Alonso y fue como si nada hubiera pasado el día anterior. Se acercó a su mujer y la agarró por la cintura. Le dio un beso y le dijo que le gustaba como olía. 

– Esta noche vas a disfrutar de nuevo. – Le susurró al oído. – Ella no dijo nada, esperó que la soltara y le puso la comida en el plato. Madre e hija ya habían comido mucho antes.

Peter llevaba todo el día recuperándose en el granero, le dolía todo el cuerpo, pero estaba mucho mejor, incluso las heridas habían dejado de sangrar. Al caer la noche no tenía tanto sueño, pero sabía que no podía hacer ruido y descansar todo lo que pudiera. Su intención fue continuar su viaje y ver si podía llegar a Gibraltar sin ser descubierto. No sabía que había pasado en la batalla frente a Trafalgar. ¿Habrían perdido o ganado? No importaba, fuera lo que fuera, si daban con él antes de que pudiera llegar a Gibraltar, estaba perdido. La suerte le había sonreído dos veces, sabía que no habría tres.


Salió a oscuras y en silencio. Solo quería ver los alrededores, pero no se veía absolutamente nada, la noche anterior había luna nueva y seguía lloviendo. Solo se veía la casa a oscuras y la habitación superior, que arrojaba un poco de luz entre los marcos de la ventana. Decidió volver a meterse en el granero para no mojarse tanto y esperar al día siguiente. Muy lejos no llegaría en esas condiciones. Mejor esperar. 

Iba a entrar en el granero cuando escuchó un golpe que provenía de la habitación de la que salían unos rayos de luz. Había gente despierta arriba. Entró y dejó entreabierta la puerta, para seguir mirando. Si fuera era casi imposible que lo vieran, dentro, menos aún, pero por lo menos podía mirar y ver qué ocurría. Esperó de pie y volvió a escuchar otro golpe, esta vez acompañado de un grito de mujer. 

– ¡Ramera!, ¡No te mereces ni lo que comes! ¿Y tú mocosa, dónde crees que vas? – De repente escuchó otro golpe y el llanto de una niña.
– ¡No la toques! No la toques, hazme lo que quieras a mí, pero déjala a ella. ¡No te acerques a ella! – Gritaba María.
– ¿Que no la toque? ¡Claro que la voy a tocar! Ya está hecha toda una mujer, ya tiene edad de saber qué es un hombre. 
– ¡Déjala! ¡Déjala! ¡Déjala! No te acerques a ella. – La pequeña seguía llorando. – Rocío vete a tu habitación y cierra la puerta, ¡Corre! - Gritó.

– ¿Pero qué te has creído, furcia barata? – Le gritó el marido mientras le salían bolas de saliva que iban a parar a la cara de María.

– Hazme lo que quieras a mí, no la toques a ella, por favor, ¡por favor! – Suplicaba cada vez en voz más baja.
– ¿Quieres cambiarte, eh? – Una sonrisa demoníaca se le dibujó en la cara a Alonso. Muy bien, vas a estar bien quieta, si no quieres que le pase algo a tu niñita. ¿Crees que una puerta cerrada o tú me vais a impedir algo? ¿Quieres que te haga lo que tenía pensado? ¡Ponte aquí a cuatro patas, zorra! – Solo de pensar lo que le iba a hacer hizo que se excitara aún más. – Le dio una bofetada y la tiró contra la cama. Una vez allí la agarró del pelo y le quitó la ropa con la otra mano a base de tirones. María, a la que le salía un hilo de sangre por la nariz, no opuso resistencia. Se puso como le había ordenado sobre la cama y cerró los ojos. Un dolor agudo le recorrió el cuerpo, le estaba desgarrando y empezó a chillar apoyando la cara contra la cama, pero sin hacer nada por impedirlo. Sabía que era capaz de hacerle lo mismo a su hija si no se dejaba.

– ¿Te gusta, eh? ¿Te gusta? – Gritaba el marido mientras le tiraba del pelo tan fuerte que, a veces, tenía que volver a agarrarla al traerse algún mechón de cabellos. – ¡Contesta! ¿Te gusta? ¿Quieres más?

– Sí, Alonso, ¡me gusta, me gusta, me gusta! Así siguió repitiendo y repitiendo, que le gustaba, que siguiera, sabía que eso excitaba más a Alonso y que terminaría antes. Ella no sentía nada de cintura para abajo. Solo un dolor agudo y algo chorreaba entre sus piernas. Al mirar por debajo de ella pudo ver que era sangre. Una sangre oscura. 


Peter estaba tras la puerta del granero inmóvil, había escuchado todo lo que sucedía. Cerró la puerta, busco un rincón donde no pudieran verlo si alguien entraba, y cerró los ojos.




Continúa leyendo  El artillero de Trafalgar (parte 4) 

Si te has perdido El artillero de Trafalgar (parte 2) puedes leerla pinchando en el enlace .

Si quieres empezar a leer esta novela corta desde el principio pincha en El artillero de Trafalgar (parte 1)

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Comentarios

Sonia Roselló Puig

hace 6 años #6

Ya me has abierto el gusanillo, a leer toca!!!

Irene 🐝 Rodriesco

hace 6 años #5

#4
Tú escribe, se acerca el finde, tiempo para leer. 👏👏

Alberto 🐝 de la Torre

hace 6 años #4

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Algarrobo, estudiante, Padre, Curro Jimenez....

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