Alberto 🐝 de la Torre

hace 6 años · 4 min. de lectura · ~100 ·

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El artillero de Trafalgar (parte 1)

El artillero de Trafalgar (parte 1)

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La Batalla de Trafalgar duró poco más de seis horas y España y Francia eran los grandes derrotados. A lo largo de más de cien kilómetros de costa aparecían aparejos, retales, maderas y vestigios del combate, pero no solo aparecían restos de barcos, también hombres, alguno de ellos, milagrosamente vivo...


El artillero de Trafalgar (parte 1)

A pesar de tener las ventanas cerradas, se escuchaban los cañonazos en la lejanía. Una pequeña lumbre, de la que colgaba un caldero más vacío que lleno, daba calor al interior de la casa. La parte de abajo tenía una pequeña chimenea en la que hacía la comida y que caldeaba al mismo tiempo la habitación, y en la parte superior, a la que se accedía por una pequeña escalera de piedras, dos habitaciones que, aunque sin muchos muebles, eran acogedoras. No vivían alejados de la costa, tenían un desvencijado granero, si se podía llamar granero, a unos metros que hacía de almacén, y podían mantenerse gracias a unos cuantos animales, lo que les daba la huerta y lo que sacaban al vender algún kilo de patatas, calabazas, nabos o zanahorias. Había que cultivar todo lo que se pudiera. Se avecinaba tormenta y, aunque era media mañana, la luz era más tenue de lo habitual. La puerta se abrió y María notó cómo una pequeña ráfaga de aire entraba y hacía crepitar los leños bajo el caldero ennegrecido por el tiempo.

– Rocío, cariño. Tápate. Lo único que faltaba es que cayeras enferma. – Dijo con voz suave María a su hija. – Y sube a la habitación. Cuando vayamos a comer te aviso para que bajes.

Rocío, que hacía poco cumplió los nueve años, era delgada y bastante alta para su edad. Tenía el mismo pelo que la madre, rubio y lleno de tirabuzones, por lo que la imitaba en ocasiones, solía hacerse trenzas o recogerlo en un moño, al que le ponía más ganas que habilidad y destreza. Rocío, a pesar de sus nueve años, apenas hablaba. Simplemente acató la orden de su madre y, sin mirar quién había abierto la puerta detrás suya, porque ya lo sabía, subió las escaleras rápidamente mientras se ajustaba la rebeca.

– ¡Ya ha empezado! ¡Ya ha empezado y yo aquí! Malditos ingleses. Si yo estuviera allí, ya habría acabado con todos ellos. Los habría mandado al fondo del mar, que es dónde tienen que estar todos ellos. ¡Y a los franceses también, esos gabachos de los cojones a los que no necesitamos para nada! – Cerró la puerta de un golpe y le pegó una patada al banco de madera junto a la mesa.

María, que estaba sentada junto a la ventana y tejía una bufanda para su hija, bajó la cabeza, puso debajo de la silla las dos agujas de madera junto a unos ovillos viejos, que vete a saber de dónde los había sacado, y siguió con la cabeza baja.

– Ya se lo dije a todos en la taberna, que si no me aceptaban, conocía a un marinero que me metería en su barco y le ayudaría a lo que fuera. Que nadie se enteraría. Solo tenía que colarme dentro. !Los mataría a todos¡ Los mataría a cañonazos sin necesidad de nadie. ¡Se rieron, se rieron todos y no me hicieron ni caso! – ¿Pero tú qué sabes de la mar y de cañones? – Decían mientras se reían. – ¡Ahora tenía que estar yo allí, y no aquí! – Siguió gritando. 

– Alonso, no desesperes, no pasa nada. Puedes ayudar de otra forma, no eres soldado, ni marinero. Tal vez, no tendríamos que estar metidos en esta absurda guerra, ni ayudar a Napoleón. Las guerras solo traen miseria y sufrimiento, ya lo sabes. – Se había levantado y acercado a su marido, que olía a vino desde lejos. Tenía últimamente la costumbre de llevarse la bota mientras estaba con los animales o se dedicaba simplemente a vagabundear por las tierras. Hacía unos días que no se acercaba a la taberna. – Aquí te necesitamos más, ¿Qué haríamos sin..

– ¡Cállate! – No le dio tiempo a terminar. Se volvió y le soltó una bofetada a María que la hizo caer contra la silla. – Tú tienes la culpa de todo, tú y tu madre. De todo. ¡Me tenías que haber dado un varón y no una mocosa que solo vale para comer y hacer gasto! – Gritaba mientras podían verse las venas del cuello hinchadas y los ojos inyectados en sangre. Alonso empezó a acercarse con la mano levantada hacia ella, lleno de ira.

Alonso agarro del pelo a su esposa y la tiró contra la mesa, la abofeteó durante unos minutos y cuando dejó de moverse, le levantó la falda. – !Alonso, no! !Por favor, por favor! – Suplicaba María, sin apenas fuerzas.– La penetró mientras las lágrimas le brotaban de sus ojos y corrían por las mejillas buscando el infinito. Ella, un silencio sepulcral. Él, gemía y gemía, como un animal salvaje que acaba de cazar una presa y disfruta solo con destrozarla.

Rocío se había subido en un taburete, abierto la ventana de la habitación y asomado por ella. No escuchaba lo que pasaba abajo, no porque no se enteraba, no porque no supiera que estaba pasando, simplemente Rocío, no estaba en la casa. La pequeña estaba donde no le llegaba la vista, donde los cañones rugían con un cántico de muerte. El viento le daba en la cara, pero ella no estaba allí. No quería estar allí. Siguió inmóvil hasta que ya no sonaron los cañones, hacía ya unas horas que dejaron de sonar. En aquellos momentos solo se dejaba oír el viento, que empezaba a ser mucho más fuerte e insistente. Pequeños resplandores en la lejanía barruntaban malos presagios.

– Cariño, cierra la puerta, vas a coger frío y creo que vamos a tener tormenta. – La voz dulce de María sonó por detrás de su hija. Llevaba una pequeña vela que tintineaba por el viento y que dejó a un lado. Abrazó a la pequeña poniendo la cara contra su espalda. – Vamos a cenar, no puedes llevarte todo el día sin comer. Tu padre se ha acostado ya. No se levantará hasta mañana bien tarde.

La pequeña cerró la ventana de su habitación sin hacer ruido y se encaminaron escaleras abajo. La madre había preparado la mesa, y los platos esperaban uno frente a otro. Rocío se sentó y la madre se acercó al caldero para servir los platos. El padre, después de comer se había ido a la cama entre trompicones.

Rocío se fijó en la cara y los brazos de su madre, que aunque estaban tapados, se dejaban entrever. El labio hinchado, parte de la cara con un moratón y las muñecas rojas.

– Hoy había tenido suerte – Pensó para si misma María. No era la primera vez. En otras ocasiones se había tenido que llevar en la cama un par de días. Terminaron de comer, recogieron la mesa, limpiaron entre las dos en un pequeño barreño y apagaron las velas. Esa noche durmieron las dos juntas abrazadas la una a la otra.


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Comentarios

Irene 🐝 Rodriesco

hace 6 años #7

Ay Alberto \ud83d\udc1d de la Torre, echo jirones me dejas el alma, he sufrido con cada golpe.

David 🐝 Martín Alonso

hace 6 años #6

#1
Me voy a dormir con el cuerpo cortao Alberto \ud83d\udc1d de la Torre Esperando la segunda parte, no olvides mencionarme para no perdermelo. Me ha gustado mucho, a ver si me animo yo y saco del cajón algún escrito.

Alberto 🐝 de la Torre

hace 6 años #5

Por lo menos algo he conseguido, y es no dejar a nadie indiferente. Aunque sea poniendo de mala leche al personal. Imagino que de eso se trata cuando se escribe algo. También estoy entusiasmado por ver que deseáis leer la continuación de esta novela corta. Gracias de nuevo 🐝🐝🐝

Julio Angel 🐝Lopez Lopez

hace 6 años #4

Esperando 👏👏👏 Alberto \ud83d\udc1d de la Torre

Alberto 🐝 de la Torre

hace 6 años #3

Gracias a todos por el apoyo y me alegro que os guste esta primera parte. Saludos a todos! ;) Vega \ud83d\udc1d G\u00f3mez Hern\u00e1ndez

Alberto 🐝 de la Torre

hace 6 años #2

Culpa mia Sonia \ud83d\udc1d Quiles Espinosa no me he dado cuenta y lo he cortado antes. Lo arreglo porque sigue. Son solo 3 capítulos ya que es una novela muy cortita .

Alberto 🐝 de la Torre

hace 6 años #1

Bueno David \ud83d\udc1d Mart\u00edn Alonso pues aquí empieza la novela. Lo dicho, espero que os guste y no seais muy severos conmigo si tengo muchos fallos. ;)

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