Fernando 🐝 Santa Isabel Llanos

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Alerta: al infarto le puede seguir una depresión

Alerta: al infarto le puede seguir una depresión

Una persona que ha sufrido un infarto es atravesada por pensamientos, reflexiones y hasta temores, propios o transmitidos por otros. Ese impacto emocional –y otras causas posibles que se estudian– puede repercutir negativamente en su salud mental y ser factor de riesgo de depresión. Este padecimiento mental es descripto por distintas instituciones en el mundo, como la Organización Mundial de la Salud o la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), que elabora el manual diagnóstico no exento de controversias conocido como DSM (en sus distintas versiones, actualmente está vigente la 5). “Hay relaciones entre la depresión y la salud física; así, por ejemplo, las enfermedades cardiovasculares pueden producir depresión, y viceversa”, dice la OMS en una nota descriptiva difundida en abril.

La depresión puede convertirse en una de las comorbilidades (trastornos que acompañan a una enfermedad primaria) del paciente que ha sufrido este evento traumático o enfermedades cardiovasculares crónicas que afectan al corazón. Para aportar evidencias a esta situación verificada muchas veces en el consultorio –y en la vida cotidiana– se han realizado trabajos científicos a nivel mundial. El último fue presentado en abril en la Sociedad Europea de Cardiología (European Society of Cardiology, ESC) en Atenas, Grecia.

El trabajo –que se considera preliminar porque todavía no pasó por la etapa de revisión de profesionales pares y publicación en una revista científica–, analizó la situación de un grupo de más de 800 personas, cuya edad era inferior a los 75 años (con un promedio de 62 años) y que habían sufrido un infarto. El equipo de investigación comparó su evolución con la de personas de la misma edad que no habían tenido un ataque al corazón.

Los primeros resultados arrojaron que el 14 por ciento de los miembros del primer grupo exhibían síntomas de depresión, contra el 7 por ciento en el caso del segundo. Aunque hay evidencia de que la depresión es un factor de riesgo del infarto, no se pudo comprobar si ese padecimiento mental era previo al ataque en el caso de lo sucedido en el primer grupo.

Asimismo, las personas que habían sufrido infarto también demostraban más predisposición a tener estrés en su domicilio (18 por ciento, contra 11 por ciento) y en el ámbito laboral (42 por ciento ante 32 por ciento).

“La depresión puede acompañar a muchas enfermedades del cuerpo agudas, como infarto agudo de miocardio o un cuadro de fallo cardíaco descompensado; o crónicas, como la enfermedad coronaria o insuficiencia cardíaca avanzada del corazón”, asiente Roberto Colque, expresidente de la Sociedad de Cardiología de Córdoba y jefe de la Unidad de Cuidados Críticos del Sanatorio Allende Cerro. Y añade que “la depresión en internados por insuficiencia cardíaca se ha ligado a mayor mortalidad y morbilidad y es predictora independiente de eventos cardiovasculares futuros”.

Además, apunta que una estadística revela que la prevalencia de depresión en Estados Unidos en pacientes ambulatorios (es decir, los que asisten a consultorio) es de 9,1 por ciento y que puede llegar hasta un 21,5 por ciento en pacientes dados de alta o, inclusive, entre un 35 y 70 por ciento en internados. “Se asocia a dos veces mayor mortalidad y tres veces mayores internaciones”, añade.

La recomendación es que el proceso de rehabilitación y las medidas de prevención secundaria (la que se realiza una vez que ya ha habido un evento para evitar que se repita y para mejorar la calidad de vida de la persona) sea interdisciplinario e incluya a profesionales de la salud mental.

Connotaciones:

“Si bien siempre existen procesos individuales ligados a vivencias propias e irrepetibles, podemos decir que en general (el infarto) lleva a estados de temor ligados a depresión y ansiedad”, dice por su parte Jorge Cáceres, presidente del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Córdoba. Agrega que “la metaforización de ciertas enfermedades en gran parte de la sociedad llega a asociar con muerte un sinnúmero de patologías”. Por lo tanto –dice– no se toman en cuenta los avances que ha tenido la medicina en la especialidad de cardiología.

Asimismo, Cáceres señala que, en su experiencia, “mientras más joven es quien ha sufrido el infarto, mayores son los temores”.

El psicólogo advierte que es importante que, en el marco del abordaje interdisciplinario del paciente, intervenga un profesional de salud mental que evalúe la necesidad o no de una terapia individual o sólo de un acompañamiento que permita elaborar los miedos. En caso de que se requiera o indique tratamiento farmacológico, enfatiza que lo apropiado es que lo prescriba un psiquiatra. “Pero reitero la necesidad de un trabajo de interconsulta e interdisciplinario que evite males posteriores”, completa.

En 2012, Colque fue árbitro de un trabajo publicado por la Federación Argentina de Cardiología, llamado “Depresión en pacientes con insuficiencia cardíaca crónica: prevalencia y evaluación en base a características clínicas, electrocardiográficas, ecocardiográficos y de laboratorio”. La autoría corresponde a Valentina Bichara; Leonel Estofan y Rodrigo De Rosa.

Los hallazgos hablaban de más de un 50 por ciento de casos de depresión, con cifras similares en hombres y mujeres. “A los médicos que no hacemos la especialidad en salud mental nos es difícil muchas veces llegar al fondo del cuadro”, admite. Y destacó la importancia de hacer un seguimiento de ese paciente, así como brindar o indicar contención para él y su familia y darle información adecuada.

Otro de los datos que aportó el trabajo en el que arbitró –afirma Colque– es que se concluyó que de los casos analizados (un grupo de pacientes con insuficiencia o fallo cardíaco), se detectaron más personas con depresión correspondientes a un segmento etario joven.

Colque recuerda que esta situación genera un deterioro en la calidad de vida, lo que convierte en clave el diagnóstico precoz con una intervención también temprana.

Es muy importante que el paciente no incurra en automedicación, porque existe el riesgo de que las interacciones farmacológicas afecten su salud.

La depresión también puede ser causa de recuperación incompleta, ya que una de sus manifestaciones –la pérdida de interés– puede conspirar contra la asistencia a los centros donde se realiza la rehabilitación, que incluye actividad física, reeducación alimenticia y control, entre otras cosas. Además, puede estar asociada al tabaquismo o al consumo excesivo de alcohol y otras sustancias.

Entorno laboral y afectivo:

El haber atravesado un evento traumático, como un infarto, también puede afectar la calidad de los vínculos, así como el desarrollo de actividades laborales. La doctora Barbro Kjellstrom, del Instituto Karolinska de Suecia, que intervino en la investigación presentada en la ESC, explicó a través de un comunicado de prensa que “los pacientes también reportaron que tenían menos control de su situación laboral”. “Además, los que sufrieron un ataque cardíaco eran más propensos a estar divorciados y las personas del grupo de control con más frecuencia vivían con su pareja”, señaló.

Aunque lo recomendable es la intervención de un profesional de salud mental, generalmente es el cardiólogo clínico el que está más en contacto con estos pacientes, por lo que debe estar entrenado en la detección, para una interconsulta o derivación al especialista en otra área.

En ese sentido, el trabajo presentado en la European Society of Cardiology realiza una alerta vinculada al trabajo de los médicos. “Parece que los pacientes que habían sufrido un ataque cardíaco no buscaron ayuda para la depresión, o si lo hicieron, sus síntomas no se reconocieron ni gestionaron de forma adecuada. Una moraleja importante es que los médicos pregunten a los pacientes: ‘¿Cómo se encuentra?’, y que escuchen la respuesta, en lugar de quedarse mirando al vacío porque ellos mismos están estresados”, declaró Kjellstrom en las conclusiones.

“Es algo que va en aumento. La prevención del estrés, del agotamiento y de la depresiónes el objetivo óptimo y deberíamos recordar que son factores de riesgo para muchas otras enfermedades aparte del ataque cardiaco”, aseveró la investigadora.

El aislamiento social, un factor de riesgo:

Una investigación publicada en la edición digital del 19 de abril de la revista especializada Heart señala que las personas socialmente aisladas y solitarias tendrían un riesgo aumentado de sufrir enfermedad cardíaca.

“Damos por sentado factores de riesgo como la obesidad y la inactividad física, pero aun no lo hacemos con el aislamiento social y la soledad”, lamentó. “Los datos de nuestro estudio respaldan que nos lo tomemos en serio”, explicó Nicole Valtorta, investigadora del departamento de ciencias de la salud de la Universidad de York que lideró el trabajo.

“Abordar la soledad y el aislamiento social podría tener un rol importante en la prevención de dos de las principales causas de mala salud y mortalidad en todo el mundo”, afirmó. 

El estudio consiste en una revisión de datos de 23 estudios que ya fueron publicados, una modalidad de investigación habitual que permite extraer nuevas conclusiones de trabajos anteriores. En total, esos estudios incluían a más de 180.000 pacientes adultos, de los cuales más de 4.600 sufrieron ataques cardiacos, angina o fallecieron, y más de 3.000 padecieron un accidente cerebrovascular (ACV).

Según el sitio especializado Health Day, “los datos agrupados mostraron que la soledad y el aislamiento social se asociaban con un aumento del 29 por ciento en el riesgo de ataque cardíaco o angina, y un aumento del 32 por ciento en el riesgo de accidente cerebro vascular”.

“Dado que el efecto de las conexiones sociales sobre el riesgo de enfermedad cardiaca y el ACV y muerte es equivalente a, y en muchos casos supera al, de otros factores como el tabaquismo leve, la obesidad, la hipertensión y la calidad del aire, debemos comenzar a tomarnos la conexión social seriamente para nuestra salud”, remarcó Julianne Holt-Lunstad, profesora asociada de Psicología y Neurociencia de la Universidad de Brigham Young, quien también fue coautora de un editorial que acompañó al estudio en la revista Heart.

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